¿Hubo una colonia nazi en Lomas de Zamora?
Desde que La Unión publicó mi nota "De sobremesa con un criminal de guerra", he recibido comentarios que me convencieron de la necesidad de escribir la presente.
Si bien nadie me dió nombres y/o lugares precisos, todos los testimonios memoriosos coincidieron en señalar que todos "conocieron" a un nazi en su barrio.Desde aquél soldado alemán en retirada que ayudó a civiles yugoeslavos a cruzar un campo minado hasta el lugarteniente de Hitler que "sabía toda la verdad sobre el suicidio" del genocida.Desde el mozo que le sirvió un desayuno al Jefe de Máquinas del "Graf Spee" hasta el sargento del Ejército Argentino que escaló el Aconcagua con el famoso Otto Skorzeni, quien rescató a Mussolini de su prisión en los Alpes con un enjambre de planeadores. Desde el capitán del remolcador del puerto de Buenos Aires que no entendió las inscripciones romanas que leyó en un anochecer del desierto cerca de Tobruk - "porque yo parlo italiano, pero no latino" - hasta el marchante de bigote finito que mientras vendía ropa relataba una y otra vez como se había salvado por milagro del fusilamiento de las tropas italianas - por parte de los alemanes - que se querían rendir a los ingleses en las montañas griegas.El episodio de Boris - el ucraniano que mis padres invitaron a cenar - debe ser comprendido en el marco existencial que meticulosamente describí: en la década del 50, muchos europeos llegaban a nuestro país para poder comer todos los días, y además, conseguir un trabajo y forjarse un porvenir para ellos y sus familias.Habrá habido quienes nos tomaron como estación de paso o como refugio para escapar al castigo de sus crímenes, pero la gran mayoría eran gente de bien, castigada por el infierno de la guerra y por el purgatorio de la postguerra.Lamentablemente, a mí me tocó conocer a un malnacido que ni siquiera tenía el castigo de su conciencia para sus crímenes, porque para él eran algo común y corriente, algo habitual.
La pregunta que me motiva es: ¿Boris eligió la esquina de Antártida Argentina e Hipólito Yrigoyen para instalar su negocio de muebles de mimbre por casualidad o asesorado por "amigos SS"? (Según sus dichos no tenía amigos argentinos y llegó desde el campo de detención australiano a nuestra tierra).
La avenida Antártida Argentina cruza a la avenida Hipólito Yrigoyen cuando en ésta comienza la cuadra del 11200. "Casualmente", la calle Garibaldi corta a la avenida Hipólito Yrigoyen cuando en ésta comienza la cuadra del 9900.Si recordamos que en la calle Garibaldi vivió un famoso jerarca nazi que fue juzgado y ejecutado en Israel comprendemos que una distancia de poco más de un kilómetro, para combatientes experimentados de la segunda guerra mundial es apenas un simple paseo para fumar un cigarrillo o para estirar los pies luego de la comida.
¿No sería interesante que los lectores de La Unión acercaran por escrito sus testimonios para confirmar o desestimar mi sospecha? Sin importar que se deba separar el trigo de la Buena Memoria, de los aprovechados que sueñan con ser clones subdesarrollados de Spielberg o Polanski, y que son capaces de inventar hasta el nombre de un nuevo tanque alemán con tal de tener un poquito de fama.
¿Podremos descubrir en nuestra región un triángulo nefasto, terrible, maldito, que como el de las Bermudas se "traga" a criminales de guerra y nos devuelve a viejecitos buenos, tranquilos y afables que fuman sus pipas y ahuman sus salchichas y sus costillitas de cerdo en galerías cubiertas de rosas y jazmines?
Cuando miremos el alambrado perimetral que suele proteger a esas casas bien cuidadas con un amplio jardín no lo pensemos sólo como una protección de los que están adentro.
Imaginemos que somos la piel y los huesos de cada uno de los millones que se aferraban a las púas - hace ya poco más de 50 años - con la esperanza de ver al último sol.
Guillermo Compte Cathcart
Si bien nadie me dió nombres y/o lugares precisos, todos los testimonios memoriosos coincidieron en señalar que todos "conocieron" a un nazi en su barrio.Desde aquél soldado alemán en retirada que ayudó a civiles yugoeslavos a cruzar un campo minado hasta el lugarteniente de Hitler que "sabía toda la verdad sobre el suicidio" del genocida.Desde el mozo que le sirvió un desayuno al Jefe de Máquinas del "Graf Spee" hasta el sargento del Ejército Argentino que escaló el Aconcagua con el famoso Otto Skorzeni, quien rescató a Mussolini de su prisión en los Alpes con un enjambre de planeadores. Desde el capitán del remolcador del puerto de Buenos Aires que no entendió las inscripciones romanas que leyó en un anochecer del desierto cerca de Tobruk - "porque yo parlo italiano, pero no latino" - hasta el marchante de bigote finito que mientras vendía ropa relataba una y otra vez como se había salvado por milagro del fusilamiento de las tropas italianas - por parte de los alemanes - que se querían rendir a los ingleses en las montañas griegas.El episodio de Boris - el ucraniano que mis padres invitaron a cenar - debe ser comprendido en el marco existencial que meticulosamente describí: en la década del 50, muchos europeos llegaban a nuestro país para poder comer todos los días, y además, conseguir un trabajo y forjarse un porvenir para ellos y sus familias.Habrá habido quienes nos tomaron como estación de paso o como refugio para escapar al castigo de sus crímenes, pero la gran mayoría eran gente de bien, castigada por el infierno de la guerra y por el purgatorio de la postguerra.Lamentablemente, a mí me tocó conocer a un malnacido que ni siquiera tenía el castigo de su conciencia para sus crímenes, porque para él eran algo común y corriente, algo habitual.
La pregunta que me motiva es: ¿Boris eligió la esquina de Antártida Argentina e Hipólito Yrigoyen para instalar su negocio de muebles de mimbre por casualidad o asesorado por "amigos SS"? (Según sus dichos no tenía amigos argentinos y llegó desde el campo de detención australiano a nuestra tierra).
La avenida Antártida Argentina cruza a la avenida Hipólito Yrigoyen cuando en ésta comienza la cuadra del 11200. "Casualmente", la calle Garibaldi corta a la avenida Hipólito Yrigoyen cuando en ésta comienza la cuadra del 9900.Si recordamos que en la calle Garibaldi vivió un famoso jerarca nazi que fue juzgado y ejecutado en Israel comprendemos que una distancia de poco más de un kilómetro, para combatientes experimentados de la segunda guerra mundial es apenas un simple paseo para fumar un cigarrillo o para estirar los pies luego de la comida.
¿No sería interesante que los lectores de La Unión acercaran por escrito sus testimonios para confirmar o desestimar mi sospecha? Sin importar que se deba separar el trigo de la Buena Memoria, de los aprovechados que sueñan con ser clones subdesarrollados de Spielberg o Polanski, y que son capaces de inventar hasta el nombre de un nuevo tanque alemán con tal de tener un poquito de fama.
¿Podremos descubrir en nuestra región un triángulo nefasto, terrible, maldito, que como el de las Bermudas se "traga" a criminales de guerra y nos devuelve a viejecitos buenos, tranquilos y afables que fuman sus pipas y ahuman sus salchichas y sus costillitas de cerdo en galerías cubiertas de rosas y jazmines?
Cuando miremos el alambrado perimetral que suele proteger a esas casas bien cuidadas con un amplio jardín no lo pensemos sólo como una protección de los que están adentro.
Imaginemos que somos la piel y los huesos de cada uno de los millones que se aferraban a las púas - hace ya poco más de 50 años - con la esperanza de ver al último sol.
Guillermo Compte Cathcart
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